La Hispania romana

 Los romanos llegaron a la Península ibérica a finales del  del siglo III a. C. e iniciaron un proceso de conquista  tras el que prolongó su presencia hasta el siglo v d. C. Esta circunstancia dejó una profunda huella en la cultura hispana.



La llegada a Roma a Hispania


La presencia de Roma en la Península se relaciona con el estallido de la Segunda Guerra Púnica, que se desarrolló entre el 218 y el 201 a. C. Su origen se encuentra en la voluntad de Roma de reducir la influencia cartaginesa en Hispania. Para ello, en el año 226 a. C. se firmó el Tratado del Ebro, que establecía en dicho río el límite de las áreas controladas por ambas potencias.

Roma firmó una alianza con Sagunto, ciudad ibera que se ubica en el área de influencia cartaginesa, lo que provocó la destrucción por parte de Cartago de la ciudad y la intervención romana en Hispania. El desembarco tuvo lugar en Ampurias en el año 218 a. C. y fue dirigido por Publio y Cneo Escipión, pero las tropas romanas fueron derrotadas por el general cartaginés Asdrúbal Barca. Posteriormente, Roma envió a Publio Cornelio Escipión, El Africano, que fue capaz de tomar Cartago Nova y expulsar a los cartagineses de la Península en el año 206 a. C.


La conquista de Hispania

Cuando los romanos expulsaron a los cartagineses, emprendieron la conquista del territorio, que se llevó a cabo en una serie de etapas:

  • Primera fase. Durante la Segunda Guerra Púnica, los romanos ocuparon las costas de Levante y Andalucía. Eran zonas que habían mantenido contacto con los pueblos colonizadores y en las que la ocupación se realizó sin muchas dificultades. Las poblaciones sometidas a Roma debían pagar tributo y contribuir con efectivos a las legiones, pero si no se habían opuesto a la conquista, obtenían la condición de libertos.
  • Segunda fase. Entre los años 193 y 133 a. C. Roma llevó a cabo su expansión por el interior de Hispania. En esta zona encontró gran oposición, lo que le obligó a librar guerras contra los celtíberos y los lusitanos. La resistencia de los celtíberos se prolongó hasta la destrucción de Numancia, mientras que los lusitanos, liderados por Viriato, mantuvieron la lucha hasta que una traición de sus tropas provocó su asesinato, ocurrido en el 139 a. C.  Roma no paga a traidores
  • Tercera fase. Tras la derrota de los lusitanos, Roma emprendió un progresivo avance hacia el noroeste que le permitió ocupar Gallaecia a comienzos del siglo I a. C. Años antes, había colonizado las islas Baleares.
  • Cuarta fase. Entre los años 29 y 19 a. C. Octavio Augusto llevó a cabo las guerras contra cántabros y los astures que fueron derrotados tras oponer una dura resistencia. Después, se convirtió en el primer emperador romano.


La organización social

La presencia romana en Hispania supuso la implantación de un sistema esclavista. Durante la conquista, aquellas poblaciones que se opusieron a la ocupación se convirtieron en esclavos, mientras que los que no mostraron resistencia no fueron considerados ciudadanos de Roma, sino que tuvieron que pagar tributo y contribuir con efectivos a las legiones.
Los territorios conquistados fueron reconocidos como territorios romanos de pleno derecho; así, en el 74 d. C. Vespasiano promulgó el edicto por el que todas las ciudades de Hispania pasaron a ser reconocidas como municipios latinos. Y en el 212 d. C., Caracalla divulgó la Constitución Antoniniana, más conocida como Edicto de Caracalla, que otorgó la ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio.
Al margen de las diferencias sociales, en Hispania, como en el resto del Imperio, la sociedad se dividía en una minoría poderosa, los honestiores, propietarios de tierras y hombres de negocios, y los humuliores, el resto de la población, campesinos y artesanos esencialmente.



La explotación del territorio

Los territorios hispanos reportaron a Roma una importante fuente de ingresos debido a sus grandes riquezas y su intensa actividad económica.
Hispania se convirtió en una región que abastecía alimentos a Roma, gracias al cultivo de la trilogía mediterránea (trigo, vid y olivo) y a una abundante ganadería ovina. Asimismo, fueron importantes la actividad pesquera y la industrial de salazones, que tuvo una especial expansión en las costas andaluzas.
Minas de oro de las Médulas

De igual forma, Roma obtuvo importantes beneficios de la explotación minera, que se concentró fundamentalmente en las minas de Riotinto, en Huelva; en el Campo de Cartagena, y en el noroeste, donde se situaba Las Médulas (León), una de las mayores minas de oro del Imperio.
Respecto a la artesanía, destacaron sobre todo la producción de objetos cerámicos y la orfebrería, que eran muy cotizados en todo el Imperio.



La romanización de Hispania y sus bases

Hablar de romanización es referirse al proceso de expansión de la civilización romana en los territorios conquistados por Roma. Este fenómeno fue el resultado de la asimilación de las élites autóctonas y del establecimiento de colonos, sobre todo soldados desmovilizados tras las sucesivas guerras libradas en el territorio hispano, aunque también de civiles provenientes de la península italiana atraídos por la riqueza del territorio.

La romanización fue consecuencia de la superioridad cultural de Roma respecto de los pueblos colonizados, lo que llevó a una rápida asimilación de las leyes y las costumbres romanas. Con ello, salvo en algunas zonas del norte donde la presencia romana fue escasa, desaparecieron las lenguas y los rasgos culturales previos sustituidos por los romanos.
Un vehículo fundamental de romanización fue la lengua latina, incorporada por la mayoría de la población peninsular. Además, la implantación del derecho romano fue fundamental para la organización de la vida social y política de la Península.
Otro de los aspectos fundamentales de la romanización fue la religión. Inicialmente, el politeísmo romano convivió con los cultos preexistentes, pero tras la proclamación del Imperio las autoridades se preocuparon por imponer el culto al emperador, para así cohesionar mejor el territorio.
Durante el Bajo Imperio, a partir del siglo III, se propagó, tanto por Hispania como por el resto del Imperio, el cristianismo. En el 313 d. C. el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán, por el que el cristianismo dejó de ser perseguido. Se convirtió en el principal elemento fundamental de romanización cuando Teodosio lo proclamó religión oficial en el 380 d. C.

central de compras


Uno de los elementos más significativo de la romanización hispánica fue el establecimiento de un sistema urbano. Los romanos ocuparon las ciudades existentes, pero además fundaron otras muchas, entre las que destacaron Emerita Augusta (Mérida), Caesaraugusta (Zaragoza) o Tarraco (Tarragona). Todas ellas quedaron conectadas a través de una extensa red de carreteras o calzadas, que articularon el territorio, lo cual facilitó el comercio y el desplazamiento de tropa. 
Estas ciudades fueron construidas siguiendo el modelo urbano de Roma, en el que se establecía un trazado en cuadrícula dispuesto a partir de dos calles principales, el cardo y el decumano, que se cruzaban en un espacio central en el que solía situarse el foro.


La ciudad fue un espacio idóneo de romanización, ya que en ellas se reprodujo el estilo de vida de Roma. De hecho, muchas fueron fundadas para acoger a veteranos de las legiones. Así, se construyeron edificios públicos, como termas, teatros, templos o circos.
Fruto de esa intensa implantación romana, ha quedado un importante legado artístico y arqueológico en nuestro país, representado en obras públicas, como las murallas de Lugo, el puente de Alcántara (Cáceres), los teatros de Sagunto o conjuntos arquitectónicos como los de Mérida o Itálica.

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