La Guerra de los Treinta años y la pérdida de hegemonía española en Europa

 


A lo largo del siglo XVII España perdió su hegemonía en Europa y se convirtió en una potencia de segundo orden, aunque defendió a ultranza su patrimonio y la fe católica, lo que le llevó a continuas guerras con gran parte de Europa.


Felipe III
, forzado por la crisis económica, siguió una política pacifista, conocida como la "Pax hispánica", sólo turbada al final de su reinado cuando el emperador Habsburgo le pidió ayuda para resolver el problema religioso que tenía dentro de su imperio, involucrándonos en la Guerra de los Treinta Años, 1618-1648.

El monarca y su valido firmaron la paz con Inglaterra, (Tratado de Londres) en 1604, y con las Provincias Unidas, hoy Holanda, se firmó la Tregua de los Doce Años en 1609, mediante la cual se le reconocía una gran autonomía política. También fue un buen momento para las relaciones con Francia. 



Con Felipe IV, Inglaterra vuelve a reiniciar su política antiespañola, atacando plazas en el Caribe y Cádiz en la Península, o ayudando a Francia, Holanda o Portugal en contra de España.

Las hostilidades también se reinician con las Provincias Unidas en 1621 tras la Tregua de los Doce Años, porque España no quería seguir aceptando la autonomía del territorio.

El rey también se vio obligado a seguir participando en la Guerra de los Treinta Años del lado de Austria a favor de la defensa del catolicismo frente a los países protestantes. Francia entró en el conflicto en 1635 para evitar el triunfo de los Habsburgo en un momento en que las fuerzas de este bando empezaban a flaquear y comenzaron a sucederse las derrotas. La Paz de Westfalia (1648), puso fin a la guerra de los Treinta Años, reconociéndose la independencia de las Provincias Unidas.

Sin embargo, el conflicto se mantuvo con Francia hasta la firma de la Paz de los Pirineos (1659). Por ese tratado España cedía Rosellón y Cerdeña a Francia y se acordaba la boda de la infanta María Teresa, hija de Felipe IV, con Luis XIV de Francia. Con ello se propiciaría la llegada de los Borbones a España en el siglo XVIII.



Durante el reinado de Carlos II, se reconoció la independencia de Portugal en 1668 y se cedió a Francia el Franco Condado en 1678 así como diversas ciudades en los Países Bajos.

A su muerte, España sólo conservaba en Europa parte de los Países Bajos, Luxemburgo, el Milanesado, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, mientras se reconocía la nueva hegemonía de Francia en el continente europeo y se planteaba un problema sucesorio al morir Carlos II sin descendencia.




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