El liberalismo



El liberalismo surgió como filosofía política en el contexto de la Revolución inglesa del siglo XVII, cuando se difundieron las ideas de John Locke sobre la soberanía popular, separación de poderes y derechos y libertades del ser humano.


El pensamiento de Locke fue recogido por los teóricos franceses de la Ilustración sobre todo Montesquieu, que insistió en la división de poderes; Voltaire, que vio en el pensamiento de Locke una garantía de las libertades del individuo; y Rousseau, que partió de las teorías del británico para proponer su "contrato social".

El liberalismo político encontró a uno de los más firmes defensores en el británico Thomas Paine. Su obra El sentido común (1776) se convirtió en un firme alegato por la independencia de las colonias británicas en América, y en Los derechos del hombre defendió la Revolución francesa contra el conservador Edmund Burke.

Las ideas de Paine hallaron eco en la Revolución americana, en autores como Benjamin Franklin, George Washington y Thomas Jefferson, principal autor de la Declaración de independencia de Estados Unidos del año 1776. 

Por su parte, la influencia política de la ilustración y de la independencia de Estados Unidos cristalizaron en la Revolución francesa con la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano del año 1789, que sería incorporada como preámbulo a la Constitución francesa de 1791.

En el siglo XIX, el liberalismo encontró en Reino Unido una de sus expresiones más influyentes en el utilitarismo, que declara como funciones supremas de la sociedad y el Estado la libertad del individuo y la búsqueda del bienestar social. Sus principales representantes fueron Jeremy Bentham, en Introducción a los principios de moral y legislación y John Stuart Mill, autor de Sobre la libertad y El utilitarismo.


Principios del liberalismo

  • División de poderes. Para evitar la tiranía, los poderes básicos del Estado residirán en instituciones independientes. Así, el ejecutivo será detentado por los gobiernos, el legislativo por un parlamento y el judicial por los tribunales.
  • Soberanía nacional. La legitimidad política pertenece a los ciudadanos, por lo que el poder solo puede ser ejercido por instituciones representativas elegidas por la ciudadanía. La manifestación de la soberanía cristaliza en el derecho al sufragio, es decir, votar para elegir a los representantes de los ciudadanos.
  • Igualdad ante la ley. El final de los privilegios estamentales significa que todos los ciudadanos serán iguales ante la ley, con independencia de su nacimiento origen y fortuna. 
  • Libertades. Los ciudadanos disfrutarán  de una serie de libertades inalienables, entre las que destacan la libertad de expresión y de pensamiento. Esta idea se concreta en el fin de la censura y en la libertad d publicación.
  • Separación de Iglesia y Estado. Como consecuencia del final de los privilegios y de la proclamación de la igualdad jurídica y de la libertad de pensamiento, queda reducida la influencia de la Iglesia en el ámbito político.
  • Constitucionalismo. Los liberales reclaman la promulgación de una constitución que garantice los derechos y las libertades de los ciudadanos, y a la que deben estar sometidos los gobernantes. Estados Unidos (1787), Francia (1791), Suecia (1809) y España (1812) fueron los primeros países en disponer de una.
Cortes de Cádiz (1812)



La evolución del liberalismo en el siglo XIX

En el siglo XIX, el liberalismo se configuró alrededor de dos grandes corrientes políticas entre las que existían profundas diferencias.
  • Liberalismo doctrinario. Era la vertiente conservadora del liberalismo. Tenía una concepción restrictiva de los derechos y libertades políticos, que se concretaba en la defensa del sufragio censitario y del orden social por encima de los derechos del ciudadanos. El moderantismo se reflejaba en su defensa de la soberanía compartida entre la corona y el parlamento y la monarquía parlamentaria.
  • Liberalismo democrático. Defensor de la democratización de los poderes ejecutivos y legislativo y sensible a las reformas sociales que permitieran mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras, a las que reconocía el pleno ejercicio de los derechos políticos a través del sufragio universal.



Liberalismo y capitalismo 

A finales del siglo XVIII surgieron nuevas teorías económicas que encontraron acomodo en la sociedad industrial y que permitieron la creación de un nuevo modelo de relaciones económicas y laborales.


El librecambismo 

De la integración del capitalismo con el liberalismo político surgió el liberalismo económico, o librecambismo, doctrina que tuvo en el escocés Adam Smith a su fundador y principal defensor. Las bases de su filosofía económica se plasmaron en su Ensayo sobre la naturaleza y las de la riqueza de las naciones (1776).


Para Smith, la riqueza colectiva es el resultado de la suma del beneficio individual; de ahí que promueva la protección de la propiedad privada y la acumulación de capital como motores del crecimiento económico.

En  este sistema, el Estado, inspirándose en el lema francés "laissez faire, laissez passer" (dejad hacer, dejad pasar), deberá inhibirse de los asuntos económicos: será el propio mercado el que se regule a sí mismo a través del equilibrio entre la oferta y la demanda, que busca en todo momento el máximo beneficio. La negociación entre vendedores y compradores equilibraría los precios, y la realizada entre empresarios y trabajadores regularía el valor de los salarios.

El Estado no tiene otras responsabilidades más allá de asegurar la paz y la seguridad, salvaguardar la propiedad, respetar la libertad de comercio y garantizar la disponibilidad de infraestructuras óptimas para el desarrollo económico.

La doctrina librecambista se vio continuada por otros pensadores:

  • Thomas Malthus. Escribió el Ensayo sobre el principio de la población (1798), en el que postuló que la población crecía a un ritmo geométrico, y los alimentos de forma aritmética. La consecuencia sería la escasez de recursos y la aparición de hambrunas, por lo que era necesario limitar la natalidad y los salarios.
  • David Ricardo. En Principios de economía política y de tributación (1817) formuló la teoría del valor, que considera que el valor de los bienes depende de los costes de producción, incluido el valor del trabajo. Además, enunció la ley de bronce de los salarios, según la cual la subida de salarios por encima de los niveles de subsistencia provocaría el aumento de la población y, en consecuencia, una nueva disminución de los salarios hasta los niveles de subsistencia previos asociada al aumento de la mano de obra.
Sobre estos planteamientos se obtuvieron cuantiosos beneficios. Sin embargo, no se prestó la suficiente atención a los problemas sociales derivados de la industrialización, en el convencimiento de que al extender la prosperidad al conjunto de la sociedad, acabaría eliminando la desigualdad social.



El capitalismo industrial

Los beneficios obtenidos del campo, la industria y el comercio dieron lugar a que a mediados del siglo XIX se acumulasen enormes capitales en manos de inversores que después reinvertían su dinero en nuevas iniciativas empresariales.

Algunas de estas empresas dominaron el mercado gracias a la creación de grandes compañías. El capital lo solían aportar varios inversores en forma de acciones, lo cual, por un lado, limitaba los beneficios y la capacidad de decisión, pero por otro rebajaba las responsabilidades y amortiguaba los riesgos económicos. Los accionistas se repartían los beneficios de la empresa, mientras que los trabajadores percibían un salario.

Otra consecuencia del incremento de capitales fue el crecimiento de las inversiones exteriores. Reino Unido pasó de invertir unos 200 millones de libras anuales en el extranjero a mediados del siglo XIX a, aproximadamente, 2400 millones a finales del siglo. Estas inversiones extranjeras supusieron un fuerte impulso para la industrialización de terceros países.

Además, los intercambios comerciales a escala mundial y la especialización de los mercados de países exportadores de productos industriales o agrícolas, como era el caso de las colonias, incidieron de forma directa en los mercados nacionales. Se profundizó en la economía-mundo, dominada por Europa y en la que incluso los precios de los productos se calculaban en función del comercio mundial.

El capital y la consolidación de las inversiones en el extranjero  aceleraron el desarrollo de nuevos sistemas financieros. Se generalizaron los bancos que custodiaban los ahorros de sus clientes y, gracias a las inversiones y los créditos, se estrechó la relación entre empresas y banca. Londres, en especial el área de la "City", se convirtió en el centro financiero mundial, y en su Bolsa se negociaba el valor de las grandes compañías a través de títulos de propiedad y participaciones. En otras bolsas, como en la de París, se multiplicaban las operaciones a un ritmo vertiginoso, al tiempo que abrían Bolsas, como la de Madrid en 1831 con Fernando VII.


Con todos estos cambios, el mercantilismo, o capitalismo comercial, que había dominado Europa en los últimos siglos sustentado en el control y la protección del Estado, dejó paso al capitalismo industrial, una nueva estructura de la economía que coincidía con los ideales del liberalismo político británico.

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