El vitalismo de Nietzsche

 Friedrich Nietzsche nació en 1844 en la ciudad de Röcken, Alemania. Su padre era pastor protestante, como sus dos abuelos; así, fue educado en un ambiente religioso. En 1848 nació su hermana Elisabeth, de gran importancia en su vida como amiga y confidente. Su padre murió cuando él tenía 5 años. Nietzsche completó sus estudios, en los que destacó una sólida formación humanística.




Vida

En 1864, ingresó en la Universidad de Bonn para estudiar Teología y Filosofía. Su madre le insistía en que continuara la tradición familiar y se hiciera pastor protestante, pero él se opuso y se trasladó a la Universidad de Leipzig, donde se especializó en Filología griega. En esta época descubrió la obra de Schopenhauer, pensador que le impresionó y entusiasmó: de él asumió la idea de voluntad de vivir como realidad fundamental que se manifiesta en el hombre y en todos los demás seres. Ahora bien, Nietzsche desvinculó la voluntad de vivir del ideal de renuncia que proponía Schopenhauer, con una actitud de afirmación a la vida.

A sus 24 años, su carrera académica no podía ser más brillante. En 1869, la Universidad de Basilea, en Suiza, lo nombró catedrático de Filología clásica; sus clases sobre filología griega y sobre Homero eran seguidas con auténtica expectación por un gran número de alumnos. En este mismo año, su antigermanismo lo llevó a abandonar la ciudadanía alemana y nacionalizarse suizo. Sin embargo, pidió permiso a la universidad para participar en la guerra franco-prusiana de 1870, cosa que se le permitió. Lo hizo en calidad de enfermero voluntario.

En 1872 publicó un primer libro revolucionario, El origen de la tragedia. La obra, que muestra la influencia de Schopenhauer, defiende que en la tragedia clásica griega está presente la afirmación de la vida en toda su crudeza, afirmación que según Nietzsche habría sido rechazada por el intelectual Sócrates. En 1873 publicó Consideraciones intempestivas, en que polemiza contra las supuestas grandes proezas del siglo, como por ejemplo el espíritu positivista, la fe ciega en el progreso científico, los valores de la Alemania nacionalista... En estas primeras obras ya se expresa en su estilo aforístico, constituido por frases breves que revelan grandes intuiciones y pensamientos explosivos.

Hacia 1876, a los 32 años, Nietzsche inició una crítica despiadada de todo lo que suele considerar virtud. En todo aquello que la cultura proclamaba virtuoso, él descubría hipocresía y corrupción.

En 1879, se jubiló voluntariamente y abandonó su cargo en la Universidad de Basilea a causa de sus graves problemas de salud. A partir de entonces, a pesar de contar con escasos medios económicos, comenzó una vida de viajes constantes por la Europa mediterránea y alpina, en busca de un clima que aliviara sus dolencias. En Roma, en 1882, Nietzsche conoció a Lou Andreas-Salomé, una mujer rusa de inteligencia y belleza extraordinarias, amiga de Freud, Rilke y otros intelectuales europeos. Dos veces Nietzsche le declaró su amor y las dos veces ella lo rechazó, a pesar de que lo admiraba como pensador.


En 1882 se publicó La gaya ciencia, donde Nietzsche anuncia la muerte de Dios. Entre 1883 y 1885 escribió una obra de importancia capital: Así habló Zaratustra. Los cuatro grandes temas del libro son: el anuncio de la muerte de Dios, la aparición del superhombre, la voluntad de poder y la intuición del eternos retorno. Los grandes enemigos del superhombre, del hombre nuevo, son los predicadores de la igualdad, tanto el emergente socialismo como el milenario cristianismo que loa y protege a los débiles.

A partir de los 38 años, Nietzsche formuló ordenadamente su pensamiento. La primera obra de esta última etapa es Mas allá del bien y del mal, una nueva crítica a la filosofía, la moral y la religión, a las que acusa de no haber entendido el valor primordial de la vida. En 1887 escribió La genealogía de la moral, en la que acusa a la religión judía de haber impuesto una moral de esclavos, la moral, en la que acusa a la religión judía de haber impuesto una moral de esclavos, la moral de los hombres inferiores, opuesta a la moral aristocrática de los señores. Ahora bien --y esta es una de las muchas paradojas de Nietzsche--, en otras ocasiones apareció como defensor del pueblo judío.´

Su último año de vida intelectual lúcia fue 1888; después cayó en un progresivo hundimiento. Escribió El ocaso de los ídolos, obra en la que declara que todo lo que hasta ahora se ha llamado verdad no es más que un ídolo que hay que derrocar. Del mismo año son El anticristo, otra crítica a la moral cristiana, y la provocativa autobiografía titulada Ecce homo.

A finales de 1888, vivió un momento de entusiasmo y euforia que fue el preludio del colapso que sufrió en enero de 1889. En la frontera entre la lucidez y la locura, Nietzsche, en Turín, se abrazó llorando al cuello de un caballo de tiro que no podía con su carga a pesar de los latigazos del carretero. Se dice que le pidió perdón por el insulto de Descartes. ¿Cómo había ofendido Descartes al caballo? Había insultado a la vida al reducir a los animales a res extensa, a meras máquinas; no había comprendido que la vida es la realidad suprema.

Finalmente Nietzsche cayó en la locura. Primero su madre y después su hermana Elisabeth le cuidaron hasta que murió en 1900.



La influencia de Schopenhauer

El idealismo alemán , derivado del pensamiento de Hegel, afirmaba que toda la realidad consiste en el despliegue de la razón absoluta. Schopenhauer rechazó esta teoría idealista, a la que consideró pura charlatanería sin fundamento. Para él, la herramienta intelectual más elevada es la intuición, no el entendimiento ni la razón. La intuición es un saber directo, una captación profunda del corazón de la realidad. Este autor consideraba que dicha intuición señala que la realidad más elemental de uno mismo, la realidad fundamental de todo hombre, es la voluntad de vivir.

La voluntad de vivir es el absoluto que está presente en toda realidad: en los seres humanos, en los animales, en los vegetales e incluso en el mundo inorgánico (en la piedra que se resiste a la erosión o en el rayo de luz que quiere perdurar). Todo está al servicio de esta voluntad, incluida la razón humana.

La voluntad es una realidad que está fuera del espacio y del tiempo. Cuando se concreta en el espacio y en el tiempo, se divide y da lugar a una enorme cantidad y variedad de cosas que se devoran unas a otras con el objetivo de sobrevivir, como se comen los lobos a los gatos y estos a los ratones. En última instancia, la vida consiste en esta antigua, constante e interrumpida lucha. En consecuencia, Schopenhauer constata e ininterrumpida lucha. En consecuencia, Schopenhauer constata que la voluntad de vivir inevitablemente impone muerte, dolor y guerras interminables.

La voluntad de vivir no es una realidad individual, sino un principio universal, un impulso limitado, torturado y conflictivo, una realidad nunca satisfecha. La lucha de los seres singulares entre sí se produce porque en este mundo la voluntad aparece dividida en muchas voluntades particulares. Como en todo ser concreto, también en el ser humano la voluntad está presente. Pero, a diferencia de los demás seres, el hombre se da cuenta de que esta voluntad nunca podrá ser satisfecha, ya que la muerte siempre acaba por destruir las aspiraciones humanas.

Según Schopenhauer, la felicidad humana es imposible, por que el deseo insatisfecho causa dolor, y el deseo satisfecho o placer no es más que un cese momentáneo del malestar. Aunque vive inmerso en esta realidad, el hombre persigue constantemente fines absurdos y vacíos, se esfuerza sin parar por alcanzar objetivos que, o bien son inalcanzables (la felicidad), o bien acabarán por ser destruidos (los bienes materiales).

Ante el pesimismo, Schopenhauer considera que el suicidio no es en absoluto una solución válida. En cambio, propone caminos de liberación del dolor. Uno de estos caminos puede ser el arte, pero la vía de liberación más elevada de todas es la del ascetismo o renuncia radical a la voluntad de vivir. Esta senda, que según él es la que toma hinduistas y budistas, nos conduce a un punto tal que dejamos de vernos arrastrados constantemente por el deseo, que es la fuente de toda insatisfacción vital.


Apolonio y Dionisio 

La primera obra de Nietzsche, El origen de la tragedia, contiene el núcleo o embrión de su filosofía: el reconocimiento de la vida como valor fundamental y la convicción de que la cultura occidental ha rechazado la vida o le ha tenido miedo.

En esta primera formulación de su pensamiento, Nietzsche afirma que la tragedia clásica griega nos muestra los dos principios que componen la realidad: el espíritu dionisíaco (del dios Dionisio), que contiene valores de la vida, y el espíritu apolíneo (del dios Apolo), al que corresponden los valores de la razón.

Nietzsche considera que la Grecia presocrática no olvidó a ninguno de los dos dioses: en el equilibrio griego apolíneo se halla la pasión dionisíaca. Así, el arte de la tragedia clásica griega manifiesta lo más profundo de la existencia humana: muestra y mantiene la oposición irreconocible entre los dos órdenes de valores --los de la vida y los de la razón--. entre el espíritu dionisíaco y el espíritu apolíneo. El arte trágico es una valiente y sublime aceptación de la vida, un sí a la vida, a pesar del dolo que esta comporta.

Según Nietzsche, con la irrupción de Sócrates y Platón comenzaron la decadencia y el error. Los elementos morales e intelectuales se impusieron y empezó el predominio histórico de todo aquello que es lógico y racional: los valores apolíneos prevalecieron sobre los valores dionisíacos. Una muestra de ello es que Sócrates haya preferido la muerte a la lucha.

Nietzsche se convirtió en el gran defensor de la actitud dionisíaca de aceptación de la vida tal y como esta es, con el dolor y la muerte que comporta. Criticó la postura de renuncia a la vida, de huida ante la vida; consideraba que esta actitud había sido inaugurada por Sócrates y luego asumida por el pensamiento cristiano.

En la realidad hay dolor y destrucción. Ahora bien, el camino superior para enfrentarse a esta realidad no es la renuncia ni el ascetismo, sino el arte, un arte que afirme la vida en su plenitud. Nietzsche consideraba que este arte se había manifestado en la tragedia griega, y que en su tiempo el drama musical de Wagner ocupaba el lugar que la tragedia clásica había tenido en el mundo presocrático: expresaba el sí a la vida del espíritu dionisíaco. Así, consideraba que Wagner era el prototipo de artista trágico



Cuatro grandes temas 

La muerte de Dios

La expresión "Dios ha muerto" significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas y de las ideas inmutables, el fin de los ideales que guiaban la vida humana. Para este pensador, Dios representaba todo aquello que es suprasensible: el mundo de las ideas de Platón, todos los idealismos, toda las grandes creencias o verdades que atraviesan el curso completo de la historia de Occidente, todo lo que da sentido a la vida y apoyándose en un más allá. Ahora, dice Nietzsche, todo eso está muerto: los ideales ya no impulsan las vidas de las personas, el mundo suprasensible ha perdido toda la fuerza.

Para Nietzsche, con la muerte de Dios se desmorona nuestra civilización, ya que todos los valores de esta se fundamenta en la creencia de que es sentido del mundo está fuera del mundo. Dios personifica esta creencia. Ahora vivimos el fin de nuestra civilización, los valores supremos ya no tienen validez, el sentido del mundo ya no se busca fuera del mundo.



Aparición del superhombre

Nietzsche anuncia que Dios ha muerto, y no es que nunca haya existido, sino que ha sido asesinado. Este asesinato inaugura un tiempo nuevo: ya no hay ideales, normas, principios ni valores erigidos por encima de nosotros. Pero ¿Qué podemos hacer ante la muerte de Dios? Solo se puede elegir entre dos posiciones: o bien la del último hombre, la del hombre que vive el fin de la civilización, o bien la del superhombre, la del nuevo dios terrenal que dice sí a la vida.

Nietzsche considera que su propio tiempo es el reino del último hombre, el hombre que vive el triste final de una civilización en la que habían dominado valores que ahora ya están muertos. Es el reino en que ha caído la máscara que disimulaba mentiras milenarias, el reino del hombre que se ve precipitado al nihilismo.

El nihilismo o negación absoluta es el estado del hombre carente de objetivos por los que valga la pena luchar, sin fuerzas para trascenderse; es el estado del hombre transformado en vegetal. Este es el hombre de la vida moderna, que solo busca la comodidad y el placer cotidiano sin plantearse metas ideales. La civilización occidental es nihilista porque se ha quedado sin valores, pues ha descubierto que los que tenía eran falsos.

Ahora bien, esta negación absoluta de los antiguos valores abre la posibilidad de afirmar valores totalmente nuevos; el hombre nuevo, el superhombre, constituirá el polo opuesto al último hombre. El superhombre es el ser capaz de estar a la altura de un acto tan inmerso como el asesinato de Dios; el superhombre es el nuevo dios, un dios terrenal.

El superhombre dará otro sentido a la realidad, creará nuevos valores, los valores de la vida, que no se fundamentarán en un más allá, sino en este mundo. Así, el superhombre creará el sentido de la Tierra, él mismo será el sentido de la Tierra. Esta acuñación de nuevos valores constituye el gran riesgo que debe enfrentarse el superhombre, ya que no cuenta con ningún soporte fuera de sí mismo.


¿Cómo será el superhombre? Nietzsche no lo caracteriza con precisión. Solo dice que será un espíritu libre que no cederá ante nada, pero que participará de la inocencia y la espontaneidad propias del niño.
En Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche describe las tres transformaciones o metamorfosis del hombre que va camino de convertirse en el superhombre. La génesis del superhombre pasa por tres formas: el momento en que el hombre toma la forma de camello, el momento en que toma la forma de león y, finalmente, cuando se transforma en niño.
  • El camello. Es el animal cuyas jorobas son capaces de llevar pesadas cargas; representa al hombre capaz de soportar el peso de la ley moral, el peso de la trascendencia. Simboliza al espíritu que se inclina ante lo sublime de la ley moral; su máxima es el deber kantiano. Sin embargo, el camello se transformará en un león.
  • El león. Es el animal que se deshace de cargas opresoras y antinaturales; lucha contra su último dios: la moral y los valores. Es el hombre que crea su libertad diciendo "No", que se libera de sus yugos, que después de la lucha dice "yo quiero...". Pero el león se transformará en un niño.
  • El niño. Representa la voluntad creadora y espontánea, la libertad verdadera, no la libertad que consiste únicamente en reaccionar contra alguna cosa. El niño simboliza la existencia como aventura y juego; consiste en un natural y sincero decir sí a la vida.

La voluntad de poder 

Para emprender la tarea de crear nuevos valores que sustituyan y superen a los antiguos, el superhombre solo cuenta con la voluntad de poder. Esta significa voluntad de dominio, de fuerza, de potencia vital. La vida es una energía inquieta que constantemente crea nuevas formas de vida y destruye otras; y la vida más fuerte y agresiva es la que impone su ley. Es preciso crear nuevas formas de vida y esto comporta la destrucción de las formas ya agotadas y decadentes que se resisten a morir.



Ahora bien, la voluntad de poder no es exactamente la ley del más fuerte; es el poder de los creadores, un poder que sin ningún esfuerzo se adueña de la situación por su propia grandeza. Pensemos, pro ejemplo, en el poder en el campo de la creación artística. Un gran pintor no fuerza a nadie a fijarse en él, pero eso no impide que la gente acabe conociéndole y admirándole.

La voluntad de poder se opone a la voluntad de igualdad. Cuanto más poderosa y creadora sea una vida, más impondrá la jerarquía y la desigualdad; cuanto más débil e impotente, más tratará de imponer la igualdad. Los predicadores de la igualdad son los que, como ciertas bestezuelas, están llenos de veneno, de un veneno que quiere asesinar toda vida noble y superior. La voluntad de igualdad es el intento de reducir todo lo original y excepcional a ordinario y mediocre.

Nietzsche lucha contra la identificación de igualdad con justicia. Encuentra esta identificación en los ideales de la Revolución francesa, en las propuestas socialistas y comunistas, en todas las democracias y en el cristianismo, que afirma que todos somos iguales ante Dios.

El eterno retorno 

En la obra Así habló Zaratustra, Nietzsche habla de su intuición del eterno retorno. ¿Qué significa esta intuición? Pues quiere decir que los ciclos temporales, que comienzan y acaban constantemente, se repiten de manera infinita. Cada persona, condenada a desaparecer del mundo volverá a él en el próximo ciclo, y volverá tener la misma vida, en los mismos lugares, en la misma época y con los mismos acontecimientos. Este retorno o repetición de cada ser humano, de cada hecho e incluso de cada cosa se producirá eternamente.

Nietzsche afirma que la intuición del eterno retorno lo llena de consuelo y alegría. ¿Por qué el eterno retorno lo alegra y consuela? Porque en el mundo donde todo pasa, donde todo se transforma, donde toda nueva forma de vida acaba por ser destruida, la realidad condenada a morir en un ciclo acabará retornando, y así lo desaparecido será vida una vez más.

Nietzsche asegura que volverá a esta Tierra, una vez y otra vez, a vivir la misma vida. De esta manera, en cada una de estas vidas idénticas, volverá a enseñar el retorno de las cosas.

El eterno retorno, es decir, la infinita repetición de todo lo existente, ha sido interpretado de maneras diferentes. Se vincula con la visión cíclica del tiempo propia de algunos pensadores griegos, que fue arrinconada por la visión lineal del tiempo --con un inicio y un final-- del judaísmo y del cristianismo. Sin embargo, también puede reconocerse en él la influencia de la idea cristiana de la resurrección, del retorno a la vida de aquello que ha existido.

El mundo constantemente está dominado por la voluntad de aceptarse y de repetirse, una voluntad que es una eterna necesidad. Así, el amor al destino de Nietzsche consiste en amar lo que es necesario; es la aceptación, por parte de la voluntad, del destino enigmático del mundo.




Transmutación de los valores 

Ya sabemos que Nietzsche proclama la importancia de los valores dionisíacos, y que considera falsos los valores aceptados por la sociedad. Pues bien, todos los escritos de Nietzsche posteriores a Así habló Zaratustra están marcados por la idea de transmutación de todos los valores, por la necesidad de destruir definitivamente los viejos ideales y crear otros nuevos. Para él, la vida es el fundamento último de cualquier valor.


En sus obras Mas allá del bien y del mal y La generalogía de la moral, Nietzsche analiza el origen de los valores. Considera que la categoría de toda moral depende de cómo reconozca el valor de la vida, de cómo se ajuste a la voluntad de poder. Afirma haber descubierto la distinción entre dos morales: la moral del señor y la del esclavo.

Según Nietzsche, la primera moral que existió fue la del señor, que alaba la fuerza y la independencia y se halla en el origen de toda cultura. Ahora bien, como consecuencia de una rebelión de los esclavos, obra de los judíos y de los cristianos, se produce la inversión de los valores morales: el resentimiento acumulado por los antiguos oprimidos pasa a ser creador y genera valores que alaban la forma de ser de los débiles, como la docilidad, la compasión, la humildad...

Según él, los judíos invirtieron los valores aristocráticos y el cristianismo asumió la inversión. Sin embargo, en el Renacimiento los mismos papas volvieron a privilegiar los valores aristocráticos. Fue un monje alemán, Lutero, quien llegó a Roma, rechazó los valores renacentistas y arrancó todos lo rebrotes de vida que aparecían en el cristianismo.

En una de sus últimas obras, El ocaso de los ídolos, Nietzsche completa el derribo de todo tipo de ídolos, de todo lo que considera falsedad que el mundo toma por verdades. Ya en Así habló Zaratustra había hecho caer al ídolo del Estado, aquel que siempre miente "en todas las lenguas del bien y del mal". Aquí derroca también al ídolo de la moral cristiana, por que no se basa en los valores de la vida. También echa abajo al ídolo de la razón, pues considera que, en ámbito de la filosofía, es el que conduce a falsificar los datos de nuestros sentidos. Derrumba al ídolo de la nueva Alemania unificada, que no se da cuenta del camino poco elevado y decadente que ha emprendido, así como al ídolo de la ciencia y al de las causas sociales y obreras.

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